Durante los últimos tres siglos se han ido configurando las grandes pinacotecas nacionales, entre las que podemos citar la National Gallery en Londres, el Ermitage en San Petersburgo, el Prado en Madrid o el Louvre en París. Más allá de tratarse de simples receptáculos que albergan los tesoros de la humanidad, son símbolos identitarios de las naciones a las que pertenecen. Pero ¿por qué es el arte tan importante para la conformación de la identidad de una nación? La respuesta a esta pregunta es muy compleja, más bajo ella subyace una realidad terrible: la magia (en sentido literal) de las obras de arte confiere poder y grandeza a aquella nación que las posee. Con este hilo argumental vamos a revisar la historia de uno de los museos más importantes del mundo: el Louvre.
Un recorrido por la historia del Louvre.
Los orígenes del edificio del Louvre se remontan a un castillo erigido en el siglo xii, edificio que fue remodelado en varias ocasiones hasta llegar a ser residencia real durante el Renacimiento. Parece ser que su relación con el arte fue temprana: el rey Carlos V y sus sucesores, Francisco I y Enrique II, comenzaron a atesorar colecciones artísticas en este edificio. En el siglo xvii se construyó el Palacio de Versalles y la corte se mudó allí; hecho que acabaría implicando que el Louvre se convirtiera en sede de la Academia de Bellas Artes de París y tuviera como función principal la de albergar obras de arte.
Sería en 1725 cuando tuviera lugar en el Louvre un hecho fundamental que lo consagraría como templo de las artes: se inauguró la primera exposición conocida como el Salón de París, que se repetiría durante los años siguientes. Los así llamados salones se convertirían en un certamen con jurado que premiaría a los mejores artistas de cada edición. En el siglo xix se abrirían a creadores extranjeros y quedarían consagrados como las exposiciones periódicas más importantes del mundo. París se había convertido en la capital del arte y este se había consagrado como seña identitaria de la nación.
“Los orígenes del edificio del Louvre se remontan a un castillo erigido en el siglo xii, edificio que fue remodelado en varias ocasiones hasta llegar a ser residencia real durante el Renacimiento”
Esto mismo pensó Napoleón cuando en 1798 acudió como joven general a la campaña de Egipto. Enseguida se percató de que todos los tesoros allí encontrados, pertenecientes a una de las grandes civilizaciones de la Antigüedad, eran un botín muy importante del cual debía apoderarse para trasladarlo en sus buques a Francia. Algunos años después, Napoleón, ya coronado emperador y en pleno afán de conquista, fue expoliando las obras de arte allá por donde sus tropas avanzaban (entre otras, algunas españolas). El Louvre fue el destino de todas ellas.
“Napoleón, ya coronado emperador y en pleno afán de conquista, fue expoliando las obras de arte allá por donde sus tropas avanzaban”
Llegado el siglo xx, el Louvre iba a sufrir su primera gran amenaza: la posibilidad de la ocupación nazi.
El nazismo y el arte
Hitler no era ajeno al poder del arte. De hecho, fue la vocación primera del futuro Führer, que amaba la pintura desde joven y trató de dedicarse a ella profesionalmente. En 1907 acudió a Viena con el fin de acceder a la Escuela General de Pintura de la Academia de Bellas Artes, mas no fue aceptado. Se le aconsejó el ingreso en la Escuela de Arquitectura, pero tampoco lo consiguió. Este doble rechazo desanimó a Hitler y lo impulsó a comenzar su carrera política.
El fracaso hizo crecer en él un odio por las nuevas vanguardias, que según él habían suplantado al verdadero arte. De este modo, cuando subió al poder acuñó un trágico apelativo, Entartete Kunst o ‘arte degenerado’, bajo el cual se mofaría del arte expresionista alemán. De hecho, crearía una serie de exposiciones con estas obras para mostrar a los alemanes que el arte de su tiempo estaba en decadencia y era necesario impulsar uno nuevo a la mayor gloria del III Reich.
“[Hitler] era sabedor del poder intrínseco del arte y diseñó todo un nuevo núcleo museístico a construir en Berlín, donde mostrar a su pueblo las ‘verdaderas’ obras de arte de Occidente”
Una vez desatada la Segunda Guerra Mundial, Hitler expolió todas las obras artísticas que encontró a su paso en los territorios ocupados. Era sabedor del poder intrínseco del arte y diseñó todo un nuevo núcleo museístico a construir en Berlín, donde mostrar a su pueblo las «verdaderas» obras de arte de Occidente. Cuando ocupó Francia, destinó allí al conservador provincial del Rin, Franziskus Wolff-Metternich, para «recuperar» para la causa germana las obras de arte de las colecciones francesas. Es en este punto donde arranca Francofonía, la reciente producción del director ruso Alexander Sokurov.
Francofonía
Francia se había preparado ya para la invasión cuando Alemania invadió los Sudetes en 1938. En ese momento se embalaron todos los tesoros del Louvre, dirigido en aquel entonces por Jacques Jaujard, uno de los protagonistas de esta historia. Las obras se enviaron al Castillo de Chambord en el Valle del Loira, pero volvieron de nuevo al museo cuando se firmó el Acuerdo de Múnich. No obstante, en 1939, a la vista de las intenciones de Alemania, se volvió a poner en marcha la evacuación de las obras de arte, susceptibles de perecer en los bombardeos.
En 1940 el conservador provincial del Rin, Franziskus Wolff-Metternich, fue enviado a hacerse cargo de la protección de los tesoros artísticos que se requisaran en Francia; a su llegada a París, se hizo cargo del Louvre. En ese momento Wolff-Metternich y Jaujard comenzaron una relación que, si bien en principio sería la propia entre ocupador y ocupado, con el tiempo se tornaría en una vía de colaboración. Wolff-Metternich, historiador del arte y francoparlante, apreciaba profundamente el valor de las obras. pese a conseguir hallar algunas partidas de la evacuación del Louvre, no las trasladó a Alemania, infringiendo las órdenes del propio führer. De hecho, en colaboración con Jaujard, abrió el museo en septiembre de 1940 para visitas guiadas de los oficiales y soldados alemanes. Esto generó una gran tensión entre Wolff-Metternich y las organizaciones de la ocupación, que finalmente ocasionó su relevo del cargo en 1942.
En 1944 el frente se acercó a París y el Louvre corrió peligro por estar próximo al cuartel general alemán. Sin embargo, a pesar de la lucha, el edificio quedó indemne tras la liberación de París. Una vez restaurada la paz en la ciudad, en octubre de 1944 las colecciones ocultadas comenzaron a ser devueltas y el Louvre reabrió con parte de sus tesoros. Se creó una comisión dirigida por Jaujard para la devolución de las obras, tanto las escondidas como las incautadas por los alemanes. Culminada esta operación, la pinacoteca volvió a abrir sus puertas en julio de 1945.
Arte y poder
En este filme, Alexander Sokurov plantea de forma poética la relación entre arte y poder. Por una parte, aparece el amor que sienten por las obras artísticas dos personajes enemigos de guerra, los cuales dejan de lado sus diferencias ante una preocupación común que los une: las obras de arte deben permanecer a salvo y en el lugar que las atesora.
Por otra parte, entremedias de la trama, Sokurov hace entrar al Louvre a dos personajes fundamentales en la historia de Francia y del museo: por un lado el citado Napoleón, gran expoliador y megalómano que se ve a sí mismo retratado en los lienzos del museo; por otra, su reverso de la moneda, Marianne, que con su gorro frigio es una alegoría de la Revolución Francesa, y que repite sin cesar las palabras «libertad, igualdad, fraternidad». Sobre ambos nos dice Sokurov:
Si tocamos el arte, no podemos tocar la historia. El arte está tan relacionado con el proceso histórico que por desgracia la historia ejerce una influencia destructiva en él. Sería maravilloso separar el arte de la historia, pero eso es imposible… Estos personajes forman parte de esta historia y son parte de la vida. Para mí Napoleón y Marianne no son figuras formales, figuras simbólicas. Para mí son personajes de carne y hueso, totalmente vivos. Todos los fantasmas están vivos, en caso de que existan. Y yo creo en la existencia de fantasmas y de todas esas criaturas que habitan en las casas.
Conflictos, expolios, luchas; todo con tal de poseer esos vestigios que el arte nos lega desde los albores de la humanidad. ¿Qué tiene el arte que atrapa en sí la esencia de nuestra cultura? La obra de arte contiene algo invisible, quizá su propio fantasma o su alma, que es a la vez común a toda la humanidad. Tal vez la pregunta de qué es el arte no tenga jamás una respuesta concreta.
Del mismo modo Alexander Sokurov nos plantea en Francofonía una serie de preguntas, a las cuales deberemos dar respuesta cada uno en la intimidad. Con ellas cierro este artículo que queda así abierto para el lector. seguramente Francofonía podrá ofrecerle las respuestas:
¿Qué sería París sin el Louvre o Rusia sin el Ermitage, que son símbolos nacionales indiscutibles? Imaginemos un arca en el mar, con personas y grandes obras de arte a bordo: libros, cuadros, música, esculturas, más libros, grabaciones y más cosas. La madera del arca no resiste y aparece una grieta. ¿Qué salvaremos? ¿A la gente o a los testimonios mudos e irremplazables del pasado? Francofonía es un réquiem por lo que ha perecido, un himno al valor, al espíritu humano y a lo que une a la humanidad.

Es ingeniero, historiador del arte y doctor en estética. Actualmente desarrolla su trabajo como gestor cultural, escritor y conferenciante.